lunes, 25 de julio de 2016

Ad Sanctii Iacobii

Aquel cuyos amigos son pocos es el peregrino.

Siempre le aporta ventura la perseverancia; claro y cauteloso en la aplicación de castigos: y no se arrastran querellas de un lado a otro.

Ni siquiera a través del tiempo.

Jung se muestra humilde al definirse estudioso del I King; conoce la traducción de Wilhelm y a ella elogia; desconozco que ejemplar conoció Borges; Leibnitz en 1703 se asombra de la coincidencia del libro con el sistema binario que había ideado; el asombro para mi, conforme el tiempo avanza, es que nos asombre el sistema duodecimal, desde la imposición del decimal, tan nefasto y siniestro.

Y nadie se atreve a fecharlo: todos lo dan por antiquísimo, pero nadie lo data. El estudio de la datación debe empezar por considerar en que rango, parámetro, y dimensión, configuran el tiempo quienes lo elaboran, y cuanto tiene de dimensión la leyenda y el valor de la leyenda en tal sistema cultural: sólo así se puede comprender su antigüedad; que para nosotros es desde que llega a Europa traído por los misioneros jesuítas; que para mi es desde el kárate y la inopia intelectual que nos condicionó desde el Hotel California y La gaseosa de ácido eléctrico, buscando religiones extranjeras de alta infalibilidad, que acaban siendo de abrefácil y sistemas morales con los cuales pasar la semana, lucirse el fin de semana, y luego, al siguiente modelo formal dictado por la moda: y de este modo, el tiempo dedicado a cosas que hacen perder el tiempo, nos aleja de nuestra identidad y de la naturaleza vertebral de la cultura.

Me soliviantó realmente Capra: El tao de la física, es estirar demasiado los conceptos, y realmente tiene más que ver con intentar dar una dimensión teológica profunda a la propia vida desde una concepción aparentemente aséptica, que con la física o con la dimensión teológica que se le ha querido dar al Tao te king; elaborar sistemas aparentemente litúrgicos a raíz de cualquier sistema referencial cultural no lleva a profundizar en el conocimiento, ni al examen de conciencia, lleva a elaborar liturgias ridículas, que necesitan ser asumidas sin discusión ni rechazo alguno: con lo cual el sectarismo se abona, y se fundamenta el sectarismo en el estar en posesión de una verdad, que sólo se conoce si se admite sin reticencias y con una obediencia sumisa; al ser la verdad, todos los demás están equivocados, y en ello se fundamenta ahora todo el magma social: ni conocen el estudio, ni la introspección, ni saben de su propia vida; pero se reconocen y justifican en rituales ridículos, de negación de la persona, y ahora, la moda que impone el signo de los tiempos es el sistema de adoración genital femenino, de manera tal que nunca la mujer había sido tan rebajada y objetualizada como por ellas mismas al defender y alimentar los sistemas de cosificación y ninguneo de todo lo que es la mujer; de tanto querer magnificar el hecho sencillo del dimorfismo sexual, lo que sucede es que se objetualiza y ningunea, se desprecia a la mujer en su calidad, se niega su cualidad, y una vez objetualizada, el objeto sirve para el uso que le quieran dar, y para nada más: la femineidad es algo que ya hay que rastrear para poder verla si se muestra; algunos rasgos quedan, pero ha sido sistemáticamente anulada en una concepción esteatopigética de la persona.

De tal modo, el signo de los tiempos es siniestro, zafio, ruin, y vulgar: las relaciones sociales, todas, carecen de cualquier atisbo de madurez o de reconocimiento del otro: se reconocen en la pertinencia a determinado sector del dogma impuesto, y nada más; todo son lugares comunes, vulgaridad, banalidad, que todo lo impregna y todo lo cubre: superficialidad extrema, y confusión. Para hacer el bien hay que esforzarse, y nunca se justifica, nuca se explica, cuando se ha hecho el bien, o se ha recibido, o se ha visto, nunca es explicable; la vulgaridad basada en el relativismo de lo banal tiene miles de justificaciones de todos los modos y maneras; y como una pléyade de orcos, por la red ahogan toda expresión de bondad, por inundación de consignas y maledicencias, infamias, desdoros, y descréditos; nada que no haya sucedido antes: los filisteos son la norma y sazón de los tiempos, y todos peleando por ser más filisteo, nadie se cuestiona nada, todo bajo la banalidad y la vulgaridad.

No es la manifestación diaria del mal lo peor de estos tiempos, es la banalidad y la necesaria banalización de todo, para su propia justificación, lo que hace a estos tiempos infaustos. Y al ser todo banalidad, que a todo el constructo social impregna, todo aquello que no sea banal, o cuestione la propia banalidad, se le estigmatiza; se estigmatiza previamente toda excelencia para poder ensalzar la mediocridad; se da pábulo a la ordinariez y la vulgaridad, se condena toda excelencia; día a día y en todos los ámbitos y rangos de la sociedad: la impudicia del sistema burocrático del estado opacando a la nación sólo es una muestra; la mecanización del sistema sanitario es de una degradación en la cual prima más el rango en el sistema, que las personas, que de pacientes han pasado a ser clientes y tratados como tal, en función de su rango económico; el sistema de administración de justicia es la iniquidad: ampararse hoy a la justicia es saberse en manos del juez inicuo: nada que no esté marmolado en Los Evangelios. El sistema de enseñanza lo es de estabulación y domesticación, no de desarrollo de la persona; y apenas queda esperanza en los sistemas de defensa, exterior e interior, de dar con personas honestas, y no con rangos burocráticos más preocupados por su promoción personal que por la resolución efectiva de problemas; España está sumida en el albañal.

Pero en las grietas está Dios, que acecha.

La gente vive, aunque ellos no quieran
y hagan esclavos con leyes obscenas;
Roncesvalles es pequeño, apenas una aldea
y al final de la calle está la Santa Puerta
Plaza de la Quintana, por ahí se entra:
nunc dimittis, jefe, ahora, por otra senda;
que España es más grande que lo que ahora se muestra.

 

 

……………….

Coda:

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya decía Nietzsche que el espíritu antes estaba en Dios, luego en el hombre y ahora en la muchedumbre.

Orlando