De tener término municipal, Buñol ha pasado a ser un municipio terminal.
A la vista de la historia, el proceso es visible: había una pujante burguesía, que generaba beneficios en trabajo para el pueblo…..y que criaba a sus hijos en las mismas escuelas que iban los obreros: de tal modo, no había fractura social y en lugar de envilecerse el encorsetamiento ceremonial, tendía a una permanente mejora; desde la infancia, permeaba el esfuerzo, el trabajo, la educación, e iba calando hondo hasta marcar una generación de hijos de obreros que hicieron el “cambio de estatus social” y Buñol no estancaba a nadie en una situación social o económica por generaciones. Todos prosperaron; Buñol daba gusto, y las fiestas eran un esplendor de genio, belleza y elegancia sobria, y educación en todo.
Y ahora, los hijos de estos, mor del sistema de estabulación por escuelas y adoctrinamiento socialista, implacable desde la llegada de F. Glez. se han convertido en una generación desnortada, vulgarizada, ordinaria, ruin, suburbial y maleducada, incapaces de la comprensión o de desarrollos abstractos, o de jitanjáforas en el lenguaje. No es exclusivo de Buñol, pero es mi pueblo; son gente con titulación universitaria, pero con serias dificultades a la hora de redactar algo, y redactan tráfagos incomprensibles carentes de las palabras y los conceptos, carentes de una preceptiva literaria, pero con un denominador común: se ajustan, milimétricamente, a la corrección política.
Y saben inglés. Es importante saber inglés; de tanta importancia que se le ha dado, se pierden el goce de leer la literatura castellana; y lo que se escribe, es muchas veces inglés mal traducido. Pero por inmersión y absorción, las formas, modos y actitudes se corresponden más a las que se ven en series de tv y películas, que a una vida real, campesina, apropiada al medio en el que se desenvuelven, viven, y se desarrollan: hay casos y modos que perviven, pero el magma es de apariencia sajónica.
De tal modo, la fiesta programada, de subversión del ritmo laboral y desinhibición, asociada a la adecuación del hombre al medio y a los ciclos de la tierra, se enreda con el ritmo mecánico, prefigurado y establecido en su monotonía del ritmo industrial, de calendario continuo, programado y encajado y aburrido, y en esta aparente convivencia se mezcla lo que es imposible que se mezcle, la disparidad absoluta: tras un concierto de las dos bandas, preparado y estudiado, ensayado y cuidado hasta el último detalle, con primorosos ejecutores y atención centrada de todos los del pueblo en tal evento, se “celebra” una fiesta de altavoces enormes con música de moda consistente en un zumbido monótono y reiterativo de percusión y repetición, sin más acompasamiento que el simular una discoteca de embrutecimiento de brumas de alcohol, sexo amagado, insatisfactorio y soez, que en lugar de ser clarificador y fructífero para las personas, es sórdido y nauseabundo; porque la mecanización industrial de la fiesta exige que sea hasta el amanecer, y lo “moderno” además ha de ser omnipresente, y las actitudes sexuales, ridículas, me temo que respondan a series de tv o imposiciones de modas, nada que ver con la desinhibición propia de músicos que acaban de tocar, espectadores que acaban de escuchar, y una fiesta que se cuadra en sí misma siguiendo una secuencia: como en una factoría, cambia el turno, de música clásica a discoteca, ahora toca dormir, ahora levantaos, ahora toca follar, ahora beber: mezclar lo que es de génesis lógica y normal y tiene su propio desarrollo, con una planificación fabril ordenada e industrial, da como resultado una permanente insatisfacción.
Porque aprovechar las fiestas de un pueblo para celebrar una feria ( en orígen era de ganado) entra dentro de la lógica del tiempo y la vida; aprovechar la fiesta del pueblo para, sobre lo peculiar, y que nos hace únicos, sin más importancia que el ser nuestro y nosotros, intentar modernizar unificando con “lo que se lleva” es intentar imponer sobre la fiesta, una fiesta prefabricada, predefinida, y de un vulgaridad atronadora: la podríamos celebrar en las calles de CHichicastenango, y sería exactamente lo mismo.
Tanto bramar contra la enormidad y salvajismo en los pueblos de costa, se acaba por intentar copiar tales barbaridades.
Y a mi me gusta la fiesta de mi pueblo, con la gente de mi pueblo, en mi pueblo, donde solventar el año, soltar la enorme presión del verano, romper todo ritmo de vida laboral y subvertir el orden para poder seguir en la brecha después, más aliviado; no quiero una fiesta de horarios industriales y adecuada a un dictamen del sistema de la plutocracia.
Y lo que tenía de bueno, de solventar pequeñas disputas y aliviar tensiones sociales, en lugar de suceder, se cambia por un agravamiento de tensiones y una magnificación de problemas. En lugar de reconciliarte con el vecino, te lías a tiros.
Este magma de confusión anda íntimamente relacionado con la modernización: el querer predefinir el urbanismo ordenándolo según un manual, hace que para justificar eso se quiera hacer todo planificado según el denominador común: la permanente modernidad, la permanente moda, lo más pasado de moda que hay: el pueblo, está destrozado. Los mismos que cuentan maravillas de los cascos urbanos de ciudades que visitan, hacen lo posible por destruir el casco urbano de su pueblo, del mío, para justificar su enorme error de modernización sumisa a un dictamen sectario.
Porque no consideran que el urbanismo no es un tema de construcción, sino de personas; porque no se han hecho casas para que la gente desarrolle sus vidas, sino pisos para justificar la plutocracia y agradar a la banca, y se han llenado de personas; porque no hay momentos únicos con mujeres únicas, sino sexo a tiempo tasado, programación de la vida de todos, y vulgarización de toda relación hasta el aburrimiento soez. No se han hecho casas para la gente, se han hecho jaulas donde meter gente. No se ha modernizado la vida social, se ha mecanizado industrializándola; no se han desinhibido las pasiones y romances, se ha envilecido el sexo objetualizando a la mujer y mecanizando a un acto mecánico lo que debería ser ritual y único, lo que debiera ser maravilloso se vulgariza, salvajiza y se desdibuja y se pierde la belleza del recuerdo, al ser mecánico no es algo único, es algo rutinario que se repite y al final aburre, con lo cual desde el principio es aburrido, son aburridos.
Si algo ha de ser la finalidad del urbanismo son las personas, no el interés económico; si algo es Buñol es Castillo, monte, fuentes y personas; si algo ha de ser la fiesta ha de ser para la gente, de la gente, por la gente y en su propia concepción de todo.
Y todo se ha degenerado en adoración al dinero, a la justificación del destrozo, a la infamia, al disparate.
Pero todos encuentran su propia justificación; nadie asume su error, nadie para su vida y reflexiona: huyen, a las casas del monte, hasta que pase, compungidos por perderse la fiesta, sabiendo que lo que hay no es la fiesta que ellos han vivido y anhelan; y que lo que hay, más que alegrarles y aliviarles, los abruma y entristece.
Los demás siguen la orden y el dictado.
Ya no hay feria de ganado, aunque la gente va estabulada y sumisa por los caminos, sitios y actitudes que les dictan, lo cual, aburre profundamente: no hay lugar a nada improvisado, floreciente, autogenerado; las Fiestas en honor a San Luis las diluyen en un alarde de vulgarización industrial y exterminio de las fiestas de Buñol, mercadeándolas artificialmente y de manera vil, porque nada importa que Buñol acabe siendo un suburbio; pendientes de la inmediatez del dinero juegan con todo el pasado para no poder justificarse ante la posteridad, ni ante el mismo momento que estamos viviendo.
San Luis, honra y prez.
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