El cuerpo es un expositor, una valla publicitaria en el que se tatúan sus aclamaciones personales para mostrarlas: los tatuajes no son un significante de carcelario, legionario, o arponero samoano del Pequod, el cuerpo es una valla publicitaria de uno mismo, de ellos: son porno grafitis. En tal pornografía intentan enseñar todo, y la ropa ajustada muestra la desnudez en la cual no puedes proyectar deseo, sólo carnalidad: tal ofrezco, en tales términos. Términos que suelen ser los de una compensación, una transacción: se acabó el deseo y cualquier opción al amor; sólo hay una satisfacción gimnástica, por eso tanto les seduce la sofisticación y los rituales del sexo: eso si, debidamente edulcorados: la novela de moda; pero nadie ha leído a Sacher-Masoch ni a Sade: la publicidad queda obsoleta por su propia evanescencia, y los cuerpos son sistemáticamente recauchutados para poder ser mostrados: aun estoy en el mercado de la moda, aunque sea abuela: en tal ensoñación protoadolescente se mueven los parámetros sociales, en los cuales manda la hipocresía y la falsedad, disfrazada de corrección política.
El cuerpo deja de ser de la persona para ser del mercado, sea esto lo que sea.
Y el ser y la intimidad no existe, todo es social: nadie se encierra a estudiar, a leer, o a escuchar música, nadie tiene al día ningún momento de soledad, quizá cuando duerme: en todo momento la propia dinámica de los sistemas de comunicación, de recados por mensajería, y los avatares sociales creados en la red exigen respuesta inmediata en su propia idiosincrasia: nadie pasa una tarde de lectura o una agradable conversación sin atender constantemente a recados lejanos que casi nunca dicen nada.
La persona ya no es por sí, sino sólo son, y tal se consideran, por ser sociales. La Psiquiatría, y el constructo de socialización a la fuerza que es la psicología, nada tienen que decir de esto, del mismo modo que los tatuajes, piercings, y demás “modas” no son considerados autolesiones: que es lo que son, y obedecen a la parte profundamente intrínseca del ser.
Pero la gente se autolesiona, eso está bien, mientras sean las autolesiones que la sociedad fomenta y controla, no han de preocuparse por la persona, sino de su incardinación sumisa en el sistema.
La vida sólo les vale en tanto que es contada, como turistas japoneses, no lo que es vivido, o lo que permanece en el almario para uno mismo: sólo vale si es y puede hacerse público. Y la intimidad ha sido cedida fiduciariamente a la apariencia, el ser a la sociedad preestablecida, y la persona encadenada por todas partes, y no se ve salida, no ven más allá de su rigor adhesivo a la moda establecida y a supersticiones primitivas que encadenan huyendo de si mismos y de su propia cultura: chakras, Nueva era, todo un sistema de verborragia incomoda y aberrante que consideran el sumum, y resultan patéticos: pero tienen la soberbia del ignorante, lo cual es cebado por todo el sistema de transmisión demagógica, lo cual los hace crecerse en la memez, y cada día más vacuos, más efímeros, más esclavos, esperando una salida siempre, esperando siempre que alguien haga algo, creyendo que el sistema les va a dar la solución a los problemas que les crea en su propia intimidad, en su propio beneficio.
Y a pesar de la conferencia episcopal, hoy es el Corpus.
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