En un bar de Arkansas a cuenta de una mujer se lió una pelea: el bar lleno, debió ser como en las películas: acabó el bar en llamas del follón. Riley al darse cuenta de que se había dejado la guitarra dentro, entró a recogerla, sin más importancia: casi muere en el incendio, cosas que se hacen grandes en un momento, salió, sin más pena. La chica que fue el origen de la pelea se llamaba Lucille; Riley puso ese nombre a todas sus guitarras, ayer murió B.B. King. Consideraba que el blues era “el instituto” el jazz “la facultad” y no os digo en que lugar tenía a Paco de Lucía. Tocando en Los gitanillos Paco de Lucía y Camarón tuvieron de espectador a Raimundo Amador, que colaboró en la Leyenda del tiempo; su guitarra se llama Gerundina, y B.B. King es un habitual colaborador suyo/mutuo en todas sus grabaciones y giras; la ultima vez que coincidí con él fue junto a la Hostería del Laurel, cuando presenté “Una realidad fractal” al día siguiente grababa un video con Santiago Auserón; le sé ahora dolido y reflexivo. No es casual que la música enrocada en la tierra se haga fluir junta: desde hace treinta años toda la música comercial suena exactamente igual; sólo el flamenco, el jazz y algo en África ahora tiene frescura. Paco Peña tocó en Woodstock con Jimmy Hendríx; Santiago Lara, Riqueni, Dani de Morón, Niño Josele, Tomatito, todos han sido buscados por los grandes del jazz.
Pero como dijo Keith Richards: sólo hay dos o tres leyendas de la guitarra, y por encima de todos ellos, está Paco de Lucía.
Cogitaba yo sobre las lápidas del cementerio de Buñol: muchos en la lápida ponen sus símbolos, muchos su herramienta de trabajo o su afición: escopetas cazadores; un camionero su camión; y me doy cuenta de que yo también juego con estas cosas: mi carretón es de competición, preparado para fórmula uno; las azadas son de acero Valirio; mi coche siempre le he llamado el Halcón milenario; uso la espada láser para cortar árboles (los humanoides lo llaman motosierra) y veo una relación, una profunda relación entre el trabajo y la infancia en las herramientas que usamos. Sin embargo, mis ordenadores no tienen nombre, ni personalidad. Pero aunque en público digo gafas, pienso en donde he dejado las antiparras; mis azadas tienen astil, como las hachas, y la polea es una carrucha.
Nunca he dejado de ser un niño.
Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar no le dan nombre a las guitarras. Desconozco los demás guitarristas que escucho. La guitarra era el acompañamiento del cante, y nada más, o del baile: hasta que llegó Paco de Lucía, y sin proclamas ni propagandas, el cante y el baile acaban siendo el acompañamiento de la guitarra, que cambiar así el tercio, es cosa de mucha enjundia. Manolo Sanlúcar, meticuloso y pulcro, hace que en la Tauromagia la voz, el cante y el verso sean el acompañamiento perfecto que necesita la obra: prodigioso, perfecto, bello. La evanescencia de lo comercial y el espectáculo ya no son sino alusiones a la atención: cada vez más pornografía y menos música; cada vez escucho más música y estoy menos atento a lo que ahora dice ser “novedad” y demás tópicos que la industria discográfica ya ha agotado: aburren al público: no así la música. Mélodie Zhao hace de Beethoven una delicia con su prodigioso toque; Jarrett supera la cátedra del jazz tocando a Bach y el clavicémbalo; la gente joven está sacando verdaderas delicias en la música clásica: jóvenes, de 17 a 21 van triunfando en escenarios del mundo, sin ser aclamados en los medios, sólo por el público, que cada vez más a menudo lleva tatuajes y piercings. Mientras se montan fiestas con el pinchadiscos como estrella para la gente más baja y envilecida de la sociedad, en los conciertos la gente joven cada vez es más exquisita, en sus gustos musicales y en su pasar desapercibidos socialmente: pero andan triunfando los clásicos, el Jazz, el Cante, el flamenco y la copla, cada vez más entre la gente cultivada: jóvenes.
Vivo en Buñol, dos bandas de música prodigiosas, en uno u otro momento, o simultáneamente (alguna ha tocado a veces de manera que hubiera fusilado yo mismo) pero las dos son las primeras del mundo: ando atento, acechando a ver si empiezan a salir figuras a la palestra dando cátedra y señorío, que de la vulgarización España ya está harta, Buñol está harto, y yo hastiado. Somos un pueblo humilde, pero orgulloso y señorial: el orgullo se ha sustituido por soberbia, el señorío por ruindad; el estilo por bajeza, la clase por ordinariez y la elegancia por vulgaridad, y aquí hace falta disfrutar más de las cosas con sentido y hondura, y menos superficialidad y vulgaridad.
1 comentario:
Excelente...tu articulo me impulsa a agarrar la I95 hasta San Agustin y luego la 10 y completar el triangulo espanol de EEUU Pensacola y Nueva Orleans, que es mas espanola que francesa y por eso es lacuna del jazz, alli empezaron a llegar las guitarras espanolas tras la guerra de Cuba que engendraron las "Gibson"...
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