Ningún preso de la segunda guerra mundial tuvo nunca perro. Sus hijos tampoco; pasaron al menos tres generaciones hasta que esto dejó de pasar.
Cada día es el futuro de, al menos, el día anterior: constantemente estamos viajando en el tiempo, ayer fue pasado y mañana será futuro: constantemente vamos viajando hacia el futuro, en la certeza de que tiene fin el viaje, aunque cuesta mucho darse cuenta de esto: vivimos como si el futuro fuera un contínuo, cuando todo es tan temporal y efímero como evanescente: un día moriremos, y aunque parece que sea asumido, en la intimidad no todos alcanzan a tal certeza. En esto se asienta la muelle ideología que nos rodea e intentan imponer por todas partes, que de puro feble cae de su propio peso: se puede vencer a la muerte, siendo positivos, alineando chakras, creyéndose palabrería de anuncios de colonias de garrafa envuelta en celofán y escondiendo a los muertos de la vida publica: decía Delibes que en las ciudades la gente no muere, desaparece: dejas de ver a alguien y quizá te enteras de que un día murió; el quitar la muerte de lo cotidiano, y la constante abominación de la propaganda, que ha trasfundido a todo, ha hecho una adoración de la juventud como norma, que es, esencialmente, patética a la vista y ridícula cuando te toca sufrirla. Las personas mayores no asumen su edad y todos alardean de una adolescencia perpetua que los degrada: ni saben ser padres, ni saben ser abuelos, ni saben nada, enquistados en una leyenda personal pueril de la cual no quieren salir y en ella desarrollan su vida: el precio lo pagan los hijos; a fecha de hoy, los nietos, que ya desconcertados no sabrán ser adolescentes ni, desde luego, esta sociedad les va a poner fácil madurar, en este fárrago de permanente inmadurez en lo que se fundamenta el sistema a todo grado y dimensión.
El arma del diablo es la confusión. El hacer creer a la gente que se puede vencer a la muerte es su argumento de base; la soberbia hace el resto; el creerse eternas adolescentes hace que críen a los hijos como objetos para uso sexual, y nada más, la degradación está servida: todo el mundo llegado a una edad se cree en posesión de “las certezas de la vida” sobre absolutamente todo, en una humildad fingida y una soberbia cierta, fundamentada en la homeopatía, el karma, o infatuando la voz para esconder su insignificancia en cualquier discusión: así, España se ha llenado de esclavos que no saben a que espantoso amo obedecen, pero lo que sí saben es que obedecer es la ley. Y todos hablan y actúan según les dicta la corrección política, la hipocresía, la estupidez y siendo positivos, asertivos y proactivos con bifidus activo. Las madres, subidas a todas las parras gracias al feminismo imperante, han domesticado a sus hijos y educado a sus perros, y se quedan tan orondas, que ellas son abuelas, punto: yo, mi, me, conmigo.
Los primeros defensores de los animales domésticos fueron los nazis; mientras apiolaban al que se pusiera por el medio de la manera más ruin y vil posible, mimaban a sus perros de manera escandalosamente cuidadosa y pública, extremaban sus cuidados y estaban contra el maltrato animal. Procedente del partido socialista, Goebbels dictaminó “no queremos que la gente piense como nosotros, sino que hable como le digamos, reduciendo el vocabulario de manera que no puedan expresar sino nuestras ideas”
Y dicen que los nazis perdieron la guerra.
1 comentario:
Leches,tu también mimas a tus perros y echas de menos el perfume de una flor aunque no consienta estar en un florero...por lo demás me ha gustado.
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