Manuel Machado reconoce que jamás descendió a la vulgaridad:
conoció a Melmoth, y le impresionó su decadencia. Melmoth vendió su alma al
diablo, y erraba por el mundo buscando a quien pasarle la inmortalidad a cambio
del alma; Sebastián Melmoth es el nombre que adoptó, en homenaje, Oscar Wilde, y
con él murió, tras salir de la cárcel, difamado, vilipendiado, hundido. Rubén
Darío lamentó su muerte al saberlo. Wilde fue a la cárcel en un magma de
confusión aberrante, y redactó allí De profundis, una carta de
confesión, asunción y expurgación de su pecado de una sinceridad cruel, pero no
se ahorró sufrimientos ni se autocompadeció; retrata el mal de una sociedad que
no asume a los individuos, aquellos que no encajan en los corsés ceremoniales de
cada época y se lamenta
“toman prestadas las ideas de una especie de biblioteca circulante del pensamiento-el zeitgeist de una época que no tiene alma- y las devuelven manchadas al final de la semana, así intentan siempre obtener emociones a crédito, y se niegan a pagar la factura cuando llega”
Tellechea, en conversación con Ramón Y Cajal, alrededor de
1950, se quebranta de los tiempos y su dirección, cuando estudiaba el proceso
del arzobispo Carranza
“La experiencia moderna de represiones o miedos colectivos ayudo no poco a comprender una situación antigua, en la que la dirección impresa a la sociedad por poderes muy fuertes podía inclinar, tanto a quienes comulgaban con tales directrices como a los simplemente acomodaticios o menos fuertes a secundar intenciones impuestas por el clima ambiente con la conciencia subjetiva de servir a la verdad, la justicia, a la patria y a Dios”
Claro que el proceso a Carranza transcurre en tal época que
Santa Teresa le escribió a San Ignacio “Ándese vuecencia con cuidado, que
andan los tiempos recios, no vayan a ir a la inquisición y le vayan a levantar
algo” A breves tiempos, Juan Luis Vives tenía escrito “Tristes tiempos
estos, que no se puede hablar ni callar sin peligro”
Y siempre la consideración oprobiosa a la dirección de los
tiempos, en toda personalidad, en toda individualidad, en toda época. Wilde la
atribuye al filisteísmo: ser filisteo no es no reconocer el arte: éste mérito lo
atribuye a carpinteros, pescadores, agricultores… para Wilde
“El filisteo es el que sostiene y secunda las fuerzas mecánicas, pesadas, lerdas y ciegas de la sociedad, y que no reconoce la fuerza dinámica cuando la ve en un hombre o en un movimiento”
Y si le pasó a Cristo, como vamos a estar exentos de ello;
Wilde reconoce en su tristeza que el elemento fundamental que une y condiciona
es el odio: eso sí hermana a todos, y el había actuado movido por amor: ésa es
la diferencia, y en ello actúa al hacer confesión escrita de su situación; con
Carranza actuó la codicia; con frecuencia palpamos la envidia, asómese a su vida
y vea usted qué le rodea.
El odio es fuerte pasión; también la envidia.
“El odio es, intelectualmente considerado, la negación eterna. Es una forma de atrofia, y mata todo lo que no sea él mismo.”
Y el modo de encarcelar a Carranza, a Wilde, lo lamenta Díaz
Lanz en carta a Fidel Castro en 1959
“Como buen camarada utiliza el conocido sistema de destruir mediante difamaciones la reputación de quienes se le oponen, aunque para ello tenga que descender a utilizar la vil mentira y la calumnia”
Difamación, cárcel, desprestigio, hundimiento; y seguimos en
las mismas, aunque, a veces, El Conde de Montecristo sale de la cárcel.