Se hace la víctima perdida para acceder a Sebastián; necesitan acceder a lo más alto para encontrar el sentido de su muerte y Sebastián es la puerta: Tyrrell Corporation es implacable en su procedimiento y por supuesto el encorsetamiento ceremonial es ley; en la enorme confusión de sublimación de corrección política han de crear asesinos para corregir las desviaciones del sistema: los replicantes sirven para todo; no existe el asesinato, sólo se desactiva; y la neolingüa unifica el mensaje contínuo, persistente, condicionante.
Pris está programada para el placer: toda una sublime inteligencia para el placer, todo un sueño para cualquier adolescente y no sólo; Pris es una delicia de cultura y sensibilidad, Pris debe morir y quiere saber la razón de su muerte, que no la de su vida.
Todo Blade runner es la búsqueda de la razón de la muerte, no de la vida.
Ahí radica su canto a la vida: la imposible ciudad y la absurda relación coordinada de todo, que sólo beneficia a Tyrrell Corporation, la absurda y necrófaga sociedad industrial antihumana y banal, en la cual sólo el ascenso tiene sentido, solo la pirámide social es importante, sólo la vida vale en la medida es que es cuantificable y tasable: la vida no vale nada.
La concepción ordenada y de control social de la sociedad industrial sólo da para futuros deplorables: Brazil, Rescate en Nueva York, Mad Max; nada da para la esperanza, todo es corrección política, vacuidad y banalidad doliente, y el mundo entero es una uniforme situación deplorable.
Y vamos adelante: se considera modernidad vivir en un piso moderno, que en dos años queda anticuado; y se tasa la vida en referencia al sueldo y a la posición social que puedas pagarte; en todo el mundo podéis comprobar la uniformidad de la gente en el vestir: igual visten las horteras en todo el mundo (“chonis”) que las protoelegantes o de cierta posición económica: uniformidad aberrante que convierte toda diversidad en algo insulso.
Y en su perpetuación, el sistema con la obscena adecuación del antigüo sistema de enseñanza en un modo de estabulación y domesticación que lleva a la gente a un magma de confusión en el cual todo cuanto emprenden es para ahondar en la esclavitud que les impone el sistema, y lo hacen pensándose innovadores: y se jalea todo en el mismo énfasis, al punto del ridículo más espantoso: en París han hecho una manifestación ¡los gobernantes! si tienen todos los medios de todos los estados, sólo deben ponerlos en marcha, los esparajismos de propaganda sólo son para desvirtuar la realidad, despreciar a los muertos, insultar a los vivos y confundir todo.
Al final, provocado o circunstancial, el asesinato de los periodistas franceses va a ser la excusa para cerrar internet, controlar todas las comunicaciones, cerrar la red: lo intentaron varias veces; antes de que Manuel Valls, francés, dijera que “si CHina lo ha hecho nosotros también podemos” ya lo intentó la Pajín en España con la añagaza de una “academia de internet” y una ley para dar permisos para poder escribir en la red.
En nombre de la libertad de prensa, se castra toda libertad de expresión, se emascula toda creatividad, se cercena toda vergencia creativa.
Porque la creatividad ha de serlo por decreto del sistema, y sólo ahí; porque los temerosos de la libertad necesitan del control, total, para impedir que otros hagan algo vista su inutilidad abyecta y manifiesta: esto es el horror.
Esta impúdica uniformidad y obscena ley de comportamiento es la que aberraba a Federico García, cuando se lamentaba de que fueran de chaqueta y corbata los petimetres sin hacer caso a la belleza, a la señorita del abanico
que iba por el puente del fresco río.
Y yo, cien años después y a dos minutos de distancia aspérgica, le invoco, porque va haciendo falta su lucidez y su cordura, ¡ay! Federico García,
LLama a la guardia civil.
Acuérdate de La Virgen
porque vamos a morir.